UN ENCINAR EN MAMBRÉ.   Gn. 18y23.
Dolores Aleixandre

Durante este mes en el “Taco” ha aparecido un comentario sobre La hospitalidad de Abrahán, y me ha recordado el artículo – comentario de Dolores Aleixandre que había leído. Helo aquí para vuestra reflexión.

¡Qué tenue es la sombra de las encinas!, pensó Sara aquella mañana. 
Añoraba el denso ramaje de los limoneros que volvían umbrío su patio, cuando aún vivían en Ur de Caldea. 
Pero aquella casa se había quedado muy lejos ahora que eran nómadas y el sol, sin haber llegado siquiera a su cénit, abrasaba con su fuego el campamento.
Nada presagiaba la visita que iba a cambiar sus vidas.
Ya no lo hablaban entre ellos, pero vivían abatidos por el peso de la esterilidad y hundidos en la evidencia de que no quedara huella de sus nombres.

Los tres huéspedes llegaron a mediodía y Abrahán los acogió con esplendidez, como era su costumbre.
Ella amasó las hogazas, vigiló mientras asaban el ternero, sirvió el vino y, fatigada, se retiró a su tienda.
Hacía demasiado calor dentro. Y, sentada fuera, oyó aquel anuncio asombroso:

-Para cuando yo vuelva a verte, en el plazo normal, Sara habrá tenido un hijo.

Su primera reacción fue la risa:
«Estando ya gastada, ¿voy a sentir placer con un marido tan viejo?», pensó con el escepticismo de sus muchos años.

 Conocía ya los límites de su vejez y de la de Abrahán, sabía que todo estaba perdido y prefería reírse a lamentarse.
Pero otras palabras inquietantes la alcanzaron en el centro de su amargura:

    -¿Por qué se ha reído Sara? ¿Acaso hay algo imposible para Dios?

La pregunta le atravesó el alma y sintió que la estaban empujando fuera de su incredulidad:

«Sal de la tierra de tu escepticismo y de tu desánimo, Sara, ve más allá de las constataciones de tu lucidez, recuerda que allí donde terminan tus posibilidades empiezan las de Dios».
Empezaba a respirar fuera del horizonte estrecho de sus límites y se adentraba en la tierra desconocida de la fe.

Volvió a reír y supo cómo llamaría a su hijo: Isaac, «el Señor ríe». Y supo también que ya no podría invocar a Dios más que proclamando:

-Dios me ha hecho reír, y los que lo oigan reirán conmigo.

Al llegar la noche se amaron con la alegría de sus tiempos jóvenes. Sara se quedó dormida y Abrahán salió de la tienda y se puso a mirar las estrellas, hasta que se dio cuenta de que era incapaz de contarlas. Recordó que un día se había quejado al Señor:

-He visto escrito en las estrellas que no tendré hijos.

Y el Señor le dijo:

-Sal también de esa tierra Abrán, sitúate por encima de las estrellas y por encima del sol…

Y supo entonces que no podría nunca comprender al Dios que había vuelto fecunda su existencia. Y susurró:

-Aquí estoy, aquí me tienes…


Esta historia es mi historia. El proceso de fe de Sara y Abrahán es también el mío: siento su misma llamada a salir de la tierra de mis seguridades y a ir más allá de mi escepticismo y de la estrechez de mi lógica. Y tengo a veces la experiencia de que ni mi pobreza ni mi esterilidad son obstáculo para lo que Dios está queriendo hacer en mí.

Todo el Pueblo de Dios está esperando un Salvador, un Mesías, un ser que les rescate todopoderoso…
Y Dios anuncia su Mesías a los pastores:

“En Belén encontraréis al Mesías, al Salvador: Ésta es la contraseña para conocerlo: “un niño recién nacido, envuelto en pañales, y recostado en un pesebre” junto a su madre una niña de 15 años”

Compartiendo nuestra fe. Hacemos juntos un rastreo de nuestras imágenes de Dios.

¿Lo sentimos como el Dios implacable que exige el sacrificio de lo que más queremos?

¿O es el Dios de quien podemos decir con Sara, la primera teóloga: «Es el que me hace danzar y reír…»?

Paterna, enero de 2020
Adaptación: Hno. Félix Benedico

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